jueves, 17 de junio de 2010

En mi patio

Fotografía: Clara Olivas

En mi patio

El río más grande que jamás se había visto se encontraba ahí, afuera. Las estaciones transcurrían y en el bosque las hojas se dejaban caer al paso del viento. Las fechas deseadas para los aldeanos llegaban, y los circos con todos aquellos payasos, risas, carpas, elefantes y un sinfín de diversos animales no se hacían esperar. Se sentía en cada acto nuevo que transcurría, la pasión por la aventura, por toda esa catarsis de aburrimiento, dejando sólo la sensación de un nuevo y perfecto descubrimiento que se daba cita en un solo lugar, mi patio. En el cual viví mi niñez.

Cajas de cartón inigualablemente se transformaban en un vagón, en el cual me transportaba con mis primas a la última estación. Después de llegar a nuestro destino, el cual cambiaba simplemente como cambiaban los segundos, no nos importaba nada más que eso, nuestro destino. No había ayer, ni mañana, sólo esa pizca de emoción, de momento en el cual ideábamos algo nuevo para jugar.

En ese entonces, no comprendíamos de horas, ni de relojes. Sólo buscábamos divertirnos. En ocasiones, no sólo podía ser una princesa, también podía ser la presentadora de aquel circo, la cantante famosa, la bailarina exitosa, la hija extraviada en el bosque, la presidenta de México. En ese mundo de imaginación como los “grandes” decían, no sólo fingía ser todo aquello, sino que en realidad lo podía ser. Porque lloraba como la niña perdida, porque agradecía como la cantante famosa, y porque sentía el amor como la princesa enamorada.

Ahora, que me encuentro sentada justamente allá atrás, en mi patio, no veo nada de todo ese mundo que solía ver. Me pregunto si será el tiempo transcurrido ya, en el cual los años no pasaron tan lentos como en su momento lo creía. Lo único que queda son los recuerdos y una que otra risa que se escapa entre mis mejillas cuando cierro los ojos y me veo ahí mismo, parada frente a mí; actuando, brincando, bailando, riendo, llorando.

Cuando era niña, podía ser todo lo que quería, y un “no”, no representaba hecho mayor que una palabra. Ahora, un “no” me aterra, me encierra en un mundo, que más que de imaginación como cuando niña, ahora se convierte en uno asfixiante, de encierro, de prejuicios, y aunque me lamenta hoy decirlo; de adultos.

Antes, en aquel cuadrito pequeño detrás de mi casa, nada podía detener mi paso. Ahora, todo me detiene. Las cuentas, los pagos, los reproches, los malentendidos, incluso mi marido que espera de mí sólo la cena. Ahora, ya no existe el ahora, sólo el mañana, al pensar en mis frustrantes ocupaciones, y un poco del pasado al recordar aquí sentada lo que antes era, y que ya no soy.

En mi patio, sólo bastaba con cerrar los ojos, con querer desearlo y bellamente lo era. Ahora, sólo cierro los ojos para dormir, y no comprendo lo que es volver a desear, eh dejado de soñar. Y al darme cuento de todo esto, aquí en el mismo lugar en donde aprendí a soñar de niña, un miedo escalofriante me aterra, mismo miedo que provoca que el instante en que el corazón se detiene para volver a latir, se haga más extenso.

Ahora me siento aquí en mi patio, a evocar recuerdos de mi pasado. Tuve que esperar tantos años para hacerlo, porque las ocupaciones que yo me ponía y ellas a mí no me dejaban hacerlo. De crear un escenario, un mundo de imaginación (recordando como decían los adultos), de crear ese espacio en donde no existía más que mi imaginación, mis sentimientos y yo, a crecer y sólo cruzar el patio como un medio para llegar de un extremo a otro.

Aún recuerdo las veces que después de crecer lo pisé (que fueron ya muy pocas). Una de ellas, fue la vez de la carne asada con los del trabajo, otra fue para tirar la basura, y entre otras para alimentar al perro. Pero nunca, para sentarme como ahora y recordar. Ya los años pasaron, y al parecer mi imaginación se fue quedando junto a ellos, porque ahora no recuerdo la verdadera esencia de reír, ni esa fascinante magia para crear, y creer.

Aquí, en mi patio, ya no hay ningún niño que me pueda enseñar de nuevo a vivir todo aquello. Eh pensado seriamente en la opción de visitar patios con niños, para sólo sentarme y observarlos. Para volver a sentir por lo menos desde la sonrisa de un niño, lo que es verdaderamente vivir y no pretender como hasta ahora lo hago. Porque eso también se aprende, y yo lo fui aprendiendo mientras crecía, pero al recordar todo lo que fui y viví en mi patio, deseo inconteniblemente volver mi corazón joven otra vez.

viernes, 4 de junio de 2010

El marinerito




El marinerito
Quisiera esconderme en una palabra y vivir en una hoja de papel. Aún no me decido por cual palabra, me es tan difícil elegirla, como seguir esperando aquí en donde vivo. Al menos (me han dicho) en el mundo de papel, las cosas se pueden borrar y corregir, de igual manera se pueden volver a escribir. Suena interesante, porque en donde yo vivo, todo se queda tal cual fue, no existen los borradores, ni mucho menos la posibilidad de volverlo hacer.

Posiblemente antes de entrar en la palabra, realice un barquito de papel, para sentir que por siempre navegaré. Aquí en donde vivo, siempre eh querido navegar pero no eh podido, y lo más triste es que no sé por qué. Si aqui hay muchos barquitos, unos más grandes que otros, y también hay un montononal de agua por todas partes.

Yo quiero ser marinero, para conocer todita el agua. Cuando le digo eso a mi papá, siempre me regaña, me dice que el agua siempre es igual, y del mismo color, pero yo sé que no, yo sé que siempre cambia. Me pone bien feliz saber que yo lo descubrí, y que cuando tenga mi barquito de papel, se lo demostraré a todos.

Pero aún sigo buscando en qué palabra entrar. Tiene que ser una muy bella, así como la palabra “flor”, de las que mi abuelita tiene. O como la palabra “sol” que siempre me saluda con un rayito al despertar. O ya sé, como la palabra “agua” y así cuando haga mi barquito de papel, estaré también en el agua.

Aún no tengo idea de cómo entrar, pero ya estoy construyendo mi barquito. En cuanto lo termine le escribiré la palabra “agua” y esperaré ansioso a poder entrar. Mi abuelita siempre me decía que cuando desee algo, sólo cierre los ojos, cruce los dedos, que de dos brinquitos y al final le regalé una gran sonrisa al viento.

Antes de hacer lo que mi abuelita me dijo, y de entrar, debo despedirme de mi papá. Será un gran viaje, y debo decirle que su hijito marinero regresará. Y que les demostraré a todos como el agua no es siempre igual. Yo le dije a mi papá, que aquí en donde vivimos todos ven siempre todo igual. Por eso, nada más los hijos de los ricos pueden usar esos barcos grandes, y a mi papá y a mí que vivimos en una casita muy pequeña, tan pequeña que apenas cabemos, no nos dejan ni acercarnos al agua.

Si me dejaran acercarme poquito más, les diría porque el agua siempre cambia de colores. Pero, como no me dejan, yo viviré en mi barquito de papel, y en la palabra agua me sumergiré. Así cuando tenga que comer, sólo dibujaré la comida, y cuando no me guste algo lo borraré.

Aquí en donde vivo, una vez del coraje intente borrar con una escoba a don Catarino, el dueño de los barcos. Porque cual si fuera una basurita, me jaloneo de los pelos y me empujo hasta caer fuera de su barco. Yo no sabía que era de él, yo pensaba que los barcos eran sólo para los marineritos y para lo que querían llegar a ser. Así que don Catarino, me puso como jitomate, que porque con la escoba lo tumbe al agua, pero es que no se borraba.

Cómo podría ser marinero, si ni siquiera me dejaban subirme a un barco. Por eso, pensé en entrar en una palabra, cobijarme con las letras, y vivir en una hoja de papel.


Seré el marinerito que descubrió los muchos colores del agua.




miércoles, 2 de junio de 2010

Fronteras

fotografía: Clara Olivas Lugar: La línea

“Las fronteras físicas son sólo una proyección de las barreras, de los muros, de las paredes internas que los seres humanos construimos”.


Antes de conocer; criticamos, juzgamos, hablamos por hablar, nos damos el derecho de decir: “yo creo que”, sin haber realmente abierto esa puerta, esa oportunidad. Nos es difícil regalar una sonrisa, no al menos si no recibimos nada a cambio. En tiempos en los que todo tiene un valor (económico), no comprendemos lo que verdaderamente significa regalar, brindar, obsequiar.

Palabras que con el paso del tiempo se pierden, dejando a su camino nuevas que terminan no por perderse ellas, sino a nosotros. Fronteras físicas que no son más que una externalidad de lo que la sociedad en conjunto proyecta. Una sociedad que habla no nada más por uno, sino también por todos, y que demuestra una dualidad en donde, el resultado es imagen propia de lo trabajado.

Sin conocer el contenido, decidimos no probarlo. Palabras como: discriminar, juzgar, etiquetar, desigualdad, e infinidad de más de ellas, son sólo ese resultado e imagen de lo que a lo largo del tiempo hemos venido trabajando, por ello la división para todo. Para el trabajo, división de clases, división para los “curadas”, los “aburridos”, los “nacos”, los “mangueras”, los “nerds”.

Sentir algo tan propio (que no lo es), como para dividirlo, y construir fronteras como la de México y Estados Unidos….

No son más fuertes esas rejas, paredes y muros físicos, que aquello que las orilló a ser construidas”.